El 29 de octubre se conmemora el Día Mundial del Ataque Cerebrovascular (ACV). Este año, el lema mundial de la fecha es “unos minutos pueden salvar la vida”.

Las enfermedades cardiovasculares y cerebrovasculares ocupan los primeros lugares de morbilidad y mortalidad en el mundo, y en Uruguay también. En nuestro país, dentro de las enfermedades cardiovasculares como causa de mortalidad para la mujer, la primera causa son las enfermedades cerebrovasculares y para el hombre la primera causa es la cardiopatía isquémica, siendo las enfermedades cerebrovasculares la segunda causa. Además, los ACV son la primera causa de incapacidad en adultos. 

Un ACV es un evento agudo en que se afecta el suministro de sangre a una parte del cerebro, por lo cual no recibe oxígeno ni nutrientes y las células de esa parte del cerebro pueden morir, causando un daño permanente. 

Este evento se produce como consecuencia de una enfermedad crónica preexistente o de factores de riesgo que predisponen a que ocurra, como por ejemplo: hipertensión arterial, diabetes, tabaquismo, hipercolesterolemia, consumo excesivo de alcohol, obesidad, sedentarismo, y la fibrilación auricular. La hipertensión arterial es el principal predisponente.

Como muchas de estas condiciones son modificables, los ACV son prevenibles, y evitarlos dependen en gran parte de nuestros estilos de vida y nuestros hábitos. Podemos incorporar hábitos saludables que nos ayuden a prevenir el ACV, y enfermedades cardiovasculares.

¿Cómo podemos prevenirlo?

Se pueden prevenir los ACV con hábitos de alimentación saludables (sin excesos de azúcares, grasas y sal), llevando una vida activa, evitando el tabaquismo y el consumo de alcohol y realizándose controles médicos periódicos. El control de enfermedades predisponentes como hipertensión arterial o diabetes también ayuda a prevenir el ACV.

Reconocer un ACV en el momento que ocurre, junto con el tratamiento adecuado y oportuno, mejora el pronóstico de la persona. El tiempo es “vitalidad cerebral”, es decir que identificarlo y tratarlo lo antes posible disminuye el riesgo de secuelas incapacitantes. 

Para reconocerlo es importante identificar los síntomas más comunes. Estos son: la pérdida de fuerzas repentina en brazo, pierna o cara (generalmente de un solo lado del cuerpo); la confusión; la dificultad para hablar o entender; la alteración de la visión en uno o ambos ojos y la dificultad para caminar. Con menor frecuencia se puede sentir mareos, pérdida del equilibrio o de la coordinación, dolor de cabeza intenso y repentino y pérdida de conciencia.

Muchas de las personas que sobreviven a un ACV, quedan con algún tipo de discapacidad permanente.  En estos casos la rehabilitación posterior es de vital importancia para llevar una vida significativa y lograr la mayor autonomía posible.

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